20100119

clotilde

no me hacía falta comerle la polla para que la boca me oliera a sexo. un sólo beso me dejaba la lengua caliente, casi al borde del orgasmo más severo. me encantaba cuando me llevaba a las colinas del suburbio y lo hacíamos entre los matorrales, como animales, como animales de verdad. a veces, si teníamos tiempo me llevaba más allá de las colinas hacia el monte y trepábamos por las ramas cual monos en su árbol. en uno de ellos habíamos grabado nuestros nombres con una piedra de sílex que él siempre llevaba como amuleto y los habíamos rellenado de nuestros líquidos internos. ni la mujer más sensata se hubiese resistido a esa proposición salvaje y tumultuosa siempre que viniera de un tipo cuyas medidas rozaban la emoción. aunque a decir verdad, a día de hoy ningún otro hombre salvo él me ha hecho sentir tan húmeda y sobretodo tan libre, teniendo en cuenta que tenía dentro de mí un volcán en erupción. la solución a mi situación de ahora es la culminación de mis deseos más secretos que nunca nunca podré desvelar.

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